Mariana Moncada Delanda

Reseña "Ciudad Grafitti Animal de Polvo" para la revista Pirandante.

Essaú Landa. Ciudad Graffiti Animal de Polvo.
México: OXEDA, Nueva York Poetry Press, 2022. 108 pp.

Las imágenes que nos permiten asomarnos por la mirilla del caleidoscopio, la Ciudad Graffiti, van cambiando en el aire; en un impulso nos atrapa el laberinto de espejos donde descubrimos nuestra propia forma. En esa transformación de imágenes, el preludio, como si se tratara de una pieza musical, nos plantea uno de los temas principales que se repetirán a lo largo de todo este poema de largo aliento. Presenta la analogía entre el planeta y el cuerpo en constante transformación, por lo que es interesante notar que en esta sección, el autor utiliza siempre un ecosistema de imágenes relacionadas con el mar, la lluvia, y ese ciclo que se restaura y rodea su propia existencia.

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Comienza como la célula apretada en el íntimo epitelio de sus reiteraciones, que rebota y se repite hasta completarse humano. La utopía de una verdadera autosuficiencia, la aspiración individual y colectiva a la posibilidad inalcanzable de realizarse plenamente como civilización. El deseo humano de querer ser el individuo, el primero, el ultimo en una sucesión interminable:

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Eso que somos, que ha brincado de generación en generación: ese Adán, esa Eva, cuerpo destinado a la perpetua condición de gota que tiembla, a punto de caer, y cae, recorriendo las páginas de este poema como exclamaciones líquidas; espiral sobrevivir la huida de mundos que toman forma delante de los ojos, alma atrapada en las entrañas de un jarrón que amenaza siempre con romperse.

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El hombre, la estrella de su propio sistema solar, cree en la posibilidad de ser el astronauta que se aventura. Busca constantemente conquistar; acaso como si se tratara de una idea mormona, pretende ser el dios de su propio planeta, pero la sola idea de esa misión fracasa; encerrado en el hastío del sinsentido, ya es la palomilla que vuela alrededor del sol de la rutina, el escarabajo que empuja bolas de estiércol y grita: haz rodar tu vicio escarabajo!

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Dentro de él el eco de un cuarto que se refleja a sí mismo, en el que aparecemos, caminamos, donde descubrimos nuestra forma multiplicada, origami que se dobla y se desdobla hasta revelarse la ciudad (interna).

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Otro de los temas planteados, es la pérdida de un amor como detonante de su introyección; aunque asumo que más bien se trata del pretexto para hablar del “vanidad de vanidad, todo es vanidad” y del memento mori. En la perpetua insatisfacción del hombre, no hay alivio para la monotonía de unos u otros; y de limbo en limbo, se añora siempre, el paraíso perdido. Esa mujer que camina todavía por las calles de esas dos ciudades, esos dos planetas, el interior, y el exterior, es el símbolo fantasma de esa constante sensación de vacío. En medio de esta necesidad de reencontrarse con ella, lidia con la presencia de otras voces, que no son solo personajes sino la representación de un desencanto histórico. La voz poética entabla una crítica, un reclamo y burla hacia su propia vida y a esa Civilización que responde sarcástica, imperativa o indiferente. También podríamos pensar en las voces como un desdoblamiento o fragmentación: desde ese punto de vista, somos, por partes, Sir Francis o el mesero; otras veces, esa niña cínica o la monja; el oficinista y su sueño de playa; la mujer embarazada que se pone músicas al vientre; ese niño con cabeza de bombilla; o esa dolorida voz que se asfixia en el encierro de su cuarto interior, todos ellos, volando en torno a esa percepción del todo desde una visión individualista, subjetiva, y desde la unilateralidad de ese “yo” que se observa Narciso, reniega de ser Narciso, pero se ahoga en su propia existencia.

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Parafraseando a José Gorostiza en sus Notas sobre Poesía, el quehacer del poeta es un juego de espejos; la especulación poética que abre puertas y portales al poner una palabra frente a la otra en busca de agotar sus posibilidades. También dice, que para él, se trata de una investigación de ciertas esencias. En la poesía de Landa encontramos esta misma noción poética, además de un ilusionismo malabarista. En su investigación, el movimiento de los cristales, la creación de imágenes volando, descubrimos la esencia de nuestro propio duelo, ese que camina como fantasma entre las calles de nuestra memoria como una figura idealizada, evanescente.

Con una estructura caótica, experimentos de símbolos y de diálogos, la distorsión de arquetipos, un parkour de espacios y de tiempos, como en un perpetuo soliloquio, el autor convierte poco a poco a su lector en un ratón en laberinto: la ciudad hermosa y la terrible, descuidada y triste, o vibrante, alumbrada, eufórica, que somos—y por allí, la propia sombra—. En el espejo desde el que veamos nuestra propia cara, sumergidos, nos descubrimos animal de polvo, estrella o polvo de ciudad, alma y polvo de nosotros mismos, ciudad tatuada, ciudad de cicatrices. Camino por mis calles, me sumerjo en el mar que soy, busco mi sombra, o la sombra de lo que se ha perdido, y como si se tratara de la metáfora que encierra todo el texto: soy espejo y los espejos que convergen en mí.

Mariana Moncada Delanda


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